Marc Martínez

«Sin cultura crece el fascismo, que es peor que el cáncer y la pandemia actual.»

Desde siempre me han gustado las figuras literarias, creo que son imprescindibles en cualquier texto que se precie por ser un buen relato. Hay personas que hacen literatura y otras que son figuras retóricas. Marc Martínez es, para mí, ambas personas (especifico «para mí» porque, si le preguntara, me rebatiría seguro).

Supongo que no puedo evitar empezar de esta manera ya que la primera vez que hablé con él, hace unos años (por allá el 2012), con la subida del IVA cultural al 21%, le pregunté sobre el tema y me respondió: «¿IVA y cultura? ¿Qué es esto, un oxímoron?». Seguro que muchos definirían a Marc Martínez como una hipérbole, otros dirían que no puede evitar hablar con énfasis, pero seguro que nadie lo identificaría con una perífrasis o una reticencia. Dar rodeos no es su estilo: directo y contundente, guste o no guste. Y a mí reconozco que siempre me ha fascinado.

Marc Martínez subió al escenario por primera vez con 6 años, gracias a Edgardo Valerio, su profesor en el Colegio San Francisco, a quien considera que «le debe la vida». Su padre les permitía hacer teatro cada tarde, a él y a su hermano, para alejarlos de las calles del Raval, su lugar de residencia. No habían artistas en la familia, pero sí mucho arte con el flamenco, el canto e, incluso, contando chistes o boxeando. Marc enseguida sintió el veneno del teatro corriendo por sus venas, representando bajo las órdenes del uruguayo obras como El médico a palos, Los Viajes de Pedro el Afortunado o Yvonne, Princesa de Borgoña. No fue hasta ingresar en la compañía de teatro familiar Paper d’Estrassa del barrio de Horta cuando empezó a ganar algún dinero por actuar. Su despegue profesional en televisión y cine fue con la productora Focus, con la que ha trabajado también sobre las tablas en célebres obras como Un tramvia anomenat desig.

Su vocación de actor siempre fue de la mano con la de profesor. Con sólo nueve añitos convencía a sus amigos para subir a la enorme terraza que tenía el ático de su piso a merendar pan con mantequilla y colacao, y jugar a dar clases: él era el maestro y ellos, los alumnos. Ávido de saber más y más cada día, reconoce que le encanta compartir cualquier cosa que aprende. Como profesor de teatro, su primera experiencia fue en el Instituto Milà i Fontanals, que asumió la coordinación del grupo de teatro en ausencia del director. Según recuerda, a partir de ese momento no se limitó simplemente a actuar sino que ejerció «poco a poco, y hasta el día de hoy, de observador, facilitador y moderador del trabajo escénico del grupo; llámale, a dirigir«. En la actualidad trabaja en el Estudio de Laura Jou, en la escuela Eòlia y en el Col·legi de Teatre, pero no es profesor titular, sino que va compaginando su trabajo de actor con la docencia. También da clases de preparación para cástings.

Antes de centrarse en el mundo interpretativo, empezó a estudiar biología, pero medicina era otra de las carreras que le llamaban la atención. De hecho, podría haber estudiado la que quisiera, o más de una, gracias a sus altas capacidades. En casa, su padre también destacaba por su potencial intelectual, por eso siempre trató a Marc con total normalidad, sin explotar sus capacidades ni animarle a estudiar. Fue en la facultad de biología donde se dio cuenta de que hacía reír mucho a sus compañeros y eso le hizo decidir decantarse por la interpretación, pero le hubiese gustado que su padre le impulsara a hacer las dos carreras. Como estudios teatrales, estuvo dos años en el Col·legi de Teatre y empezó en el Institut del Teatre, pero en segundo curso lo dejó cuando le contrataron para participar en la comedia urbana musical Tira’t de la moto.

El teatro es, para Marc Martínez, una herramienta de transformación social. O debería serlo. Más allá de un simple entretenimiento. Por eso, en sus clases no cesa de repetir a los jóvenes actores que deben luchar por la cultura, que aprendan a pensar y no sobre qué pensar, porque la cultura fomenta un tipo de libertad que no interesa. Por ello, considera primordial que desde bien pequeños tengamos una buena manera de entender la cultura. Una voz crítica dentro del sector, una mosca cojonera que, debido a su hiperactividad, no para de agitar las alas y remover el polvo ante todo lo que sucede. Y ojalá hubieran más como él.

Hablando un poco sobre su trayectoria profesional, Marc Martínez ha trabajado en series como Mira lo que has hecho; Luna, el misterio de Calenda; Nit i dia; Com si fos ahir; Tornarem; y la actual Hache, que no sólo ha contribuido a «hacer más fácil» estos tiempos de pandemia, sino que le ha otorgado el placer de representar un personaje como el gángster Arístides. También ha hecho cameos en Crakòvia y, próximamente, aparecerá en un capítulo de Maricón perdido, de Bob Pop.

En la gran pantalla podemos verle en Tierra y libertad, que le marcó profundamente, no sólo por trabajar bajo las órdenes del maestro Ken Loach, sino por reencarnarse en el capitán Vidal, un personaje real. Como anécdota, destacar que visitó a la mujer del miliciano republicano con quien pasó tres horas de conversación con el objetivo de conocer más a fondo el papel que representaba. También en Born se documentó personalmente en una calderería de Girona, para hacer más verídico su interpretación de pailero. Otras películas en las que ha participado son El pianista, El cónsul de Sodoma, Morir (o no) o No sé decir adiós.

Sobre las tablas, ha actuado en Golfus de Roma, Ets aquí?, Urtain, La plaça del Diamant y la aclamada Tot esperant Godot, con la que ganó en el año 2000 el Premio Max y el Butaca como mejor actor de reparto. También ha trabajado como director en Super Rawal o Conillet. Su obra cúspide es Mal Martínez, dirigida y protagonizada por él mismo, donde narra y canta parte de sus vivencias personales y profesionales.

Aún ser hombre de teatro, Martínez hace suyas las palabras de Rubianes: «el trabajo dignifica a tu puta madre». La dignidad la halla en el recogimiento de su familia y seres queridos, en la libertad o subiendo al castillo de Burriac. ¡Cuánta razón, Marc Martínez! Y qué bonito saber que su amor por el teatro no quita lugar a su amor por la tierra, el huerto, escribir poesía o amasar hogazas de pan enormes.

Entrevista completa a Marc Martínez

Buenos días Marc, te confieso que me gustaría tenerte aquí charlando todo el día. Normalmente las entrevistas duran una media hora, voy a intentar no alargarme mucho más. Pero esta semana están sucediendo tantas cosas de agitación social y cultural y me apetece tanto hablarlas contigo, que no sé si seré fiel a mi promesa. Sin más preámbulos: Marc Martínez, uno de los actores catalanes con más verdad, tanto en el momento de presentar un personaje, como impartiendo clases, como sincerándote ante los medios. ¿Tienes muchos amigos? (risas). Evidentemente la pregunta es retórica. Cuando las personas somos tan sinceras, pecamos de “sincericidas” e “incómodas”. A eso me refiero.

Sí, yo creo que sí, y los que tengo son buenos, porque saben como soy. Por un perro que maté… Es más la fama que tengo. No suele haber mucha gente que se signifique, como decían en mi casa. A mí me gusta, a parte de mi trabajo como actor y director, tener una mirada acerca de la vida. Y dar mi opinión.

Hablemos de pandemia y cultura, ¿conseguiremos que la pandemia empiece a destapar ciertas estructuras sociales y políticas que bloquean la industria cultural de nuestro país?

Seguramente va a ayudar, porque la pandemia es una crisis y, en toda crisis, las cosas cambian. En este caso, quizás demasiado rápido. Ha sido un año de vértigo en el que mucha gente ha perdido la vida, con muchos daños colaterales. Pero estas situaciones siempre provocan el efecto mariposa en todos los ámbitos. Yo creo que salen cosas buenas y vamos a tener que aprovecharlas. Las personas están encerradas en casa y tienen más tiempo para pensar. En otros sentidos, habrá cosas que no serán tan buenas… Esto va a ser una cima y un valle que esperemos que nos haga mejores personas. Yo siempre intento ver la botella medio llena, en positivo, y de todo sacar una lección para crecer. Entre todos, tenemos que intentar que estos cambios nos hagan ir a mejor. No me creo que la pandemia nos vaya a hacer peores personas de lo que éramos.

Entre todos, tenemos que intentar que estos cambios nos hagan ir a mejor. No me creo que la pandemia nos vaya a hacer peores personas de lo que éramos.

¿Por qué cuesta tanto ganarse la vida con la cultura?

La cultura, en general, no interesa demasiado. Y que pensemos, no interesa nada. Que nos encontremos aquí y hablemos de todo esto, no interesa. Que la gente se asocie, no interesa. Interesa el borreguismo, el pensamiento único, que te digan por dónde ir e ir, sin preguntar nada. Si pasa un autobús y anuncia una obra de teatro, que sea ésa la que se represente, no la que tú quieres. En la escuela y la sanidad igual. Pero en la cultura, desgraciadamente peor, ya que como mínimo, la educación y sanidad están consideradas un bien público, pero la cultura no. Ése es el problema. No es esencial. Se llenan la boca diciendo que es un bien esencial, pero no es así. Nunca me los he creído. En primer lugar, porque la cultura de la que oigo hablar está más centrada en Messi, Justin Bieber o alguna franquicia de un musical de Broadway, que de lo que yo entiendo que es cultura como acepción amplia de lo que es cultura. No me identifico con esa cultura del entretenimiento donde alguien es capaz de, ganando 800 euros al mes, gastarse 150 euros para ver a un cantante sistémico, de los que ponen en 40 principales. Hay que trabajar todo esto desde pequeños, en P3 o, mejor, en P1, sino las cosas no van a cambiar. La cultura es realmente lo único que tenemos, la cultura de base. Luego viene la educación y la sanidad. Sin cultura te mueres de pena, te enfermas. Sin cultura crece el fascismo, que es peor que el cáncer y la pandemia. El fascismo y cualquiera de sus marcas blancas. Hablo de derechas y ultraderechas, muy peligrosas, que son subterráneas. Yo siempre las denuncio. Me dan mucho miedo, más que la pandemia que vivimos ahora, porque de momento no hay vacuna para esto.

Te parafraseo cuando digo que tú “cultivas cultura”. Supongo que ahora el huerto en vuestra casa de l’Empordà no está muy prolífico, pero tranquilo, en casa seguís “cultivando cultura”. Aunque, si me permites, Sara, León y tú SOIS cultura.

Para tí. Nosotros somos piezas de ese puzzle immenso que es la cultura, que es como un mosaico. La cultura está fuera, pero está dentro. Está húmeda, pero también mojada. Son las raíces, no sólo los frutos que ves en ese árbol. Hay partes de la cultura que son intrínsecas a ella misma y que mucha gente no conoce. Es como «els castells»: vemos la «anxaneta», el niño que sube ocho, nueve o diez pisos, pero hay una base que es la «pinya» con unas doscientas personas, y ésa es la cultura, no quien sube arriba y levanta la mano. Creo que la cultura es muy amplia y nosotros (Sara, León y yo) somos unas «telecillas» que andamos por ahí.

¿No has sembrado un huerto en Argentona? Tantos meses de pandemia, y tú hiperactivo y encerrado en casa… ¡Has tenido que hacerte un huerto!

Como no podíamos subir a esta casita que tenemos alquilada en L’Empordà, he hecho un huerto. La familia me ha ayudado. Al empezar la pandemia me puse a preparar la tierra. Se trata de inaugurar una tierra que no se había cultivado nunca y es muy difícil por primera vez. Este año he decidido hacer permacultura: un proceso muy respetuoso con la naturaleza, con tu tierra, con lo que tienes a tu alrededor. Se respeta todo. Evidentemente hago agricultura biológica. ¡En algún sitio tengo que invertir toda esta energía que aun tengo a mi edad! No paro, soy culo de mal asiento.

¿Y qué más has hecho durante el confinamiento?

Ha sido un periodo de estar con la familia, de aprovechar y vivir cada día a tope con los niños, sobre todo, los meses que hemos estado encerrados. Como cabeza de familia y chófer, yo iba a buscar la comida y me desplazaba. También iba a visitar a mis padres y llevarles comida. No ha sido tan asfixiante para mí. He hecho muebles y he convertido mi casa en un obrador: hago hogazas de pan de kilo o kilo y medio. Seguí los pasos de Ibán Yarza, en sus directos. Ha sido un momento de descubrir cosas nuevas de tus hijos y de tu pareja. De recogimiento, pero de mucha actividad.

Los actores somos parte del trabajo, pero una serie son muchas cosas más allá del protagonista. Empezando por el guión, la dirección o los extras. Para mí los extras son el barómetro de un proyecto.

En tu caso, Hache te está dando mucho en esta pandemia. ¡Gran serie! De hecho, ha llegado a estar entre el top 10 de Netflix. ¡Enhorabuena! ¿A qué crees que se debe el éxito?

Porque es buena. Los actores somos parte del trabajo, pero una serie son muchas cosas más allá del protagonista. Empezando por el guión de Verónica Fernández, que es la creadora, y luego Carlos López, que ha escrito la segunda parte. Y la showrunner, que se encarga de la parte del espectáculo. Muy pocas veces se habla de la importancia del guión. Luego tenemos dos directores, que son como los entrenadores del equipo de fútbol. También el reparto: somos un montón de actores. Pero detrás de la serie hay casi doscientas personas en el equipo. Y casi doscientos extras además. Los extras tienen mucha importancia, para mí son el barómetro de un proyecto. Si no son profesionales y están mirando a cámara, eso afecta a la interpretación, a la directora de arte, al guión… Aquello tiene que parecer un sitio de verdad.

Ayer mismo estabas en Madrid, dime, ¿crees que el trabajo audiovisual se concentra más en la capital que en Barcelona? ¿Hay más posibilidades?

Madrid es un gran centro de producción. Hache la hemos hecho en Barcelona, Terrassa, Manresa, Igualada… Se están rodando series en Catalunya, pero todavía hay más trabajo en Madrid. Espero que alguna de estas plataformas inaugure pronto unos grandes estudios aquí, no tan centralizados. Está bien abrir y descentralizar.

Lo que está claro es que con plataformas como Netflix se ha incrementado considerablemente la producción audiovisual. Muchos piensan que afectará en la calidad final, pero Hache es un claro ejemplo de que no es así.

¡Para nada! Se están haciendo series como si rodáramos películas. Cuando se rueda una película hay otro «tempo», suele haber más dinero y se cuidan las cosas de otra manera. En Hache hemos trabajado muy bien, ha habido «pasta», buenísimos decorados, un gran equipo de extras, avenidas enteras cortadas… A mí me han cuidado mucho. Estoy muy contento. Tengo un personaje que no me lo acabo. Me ha tocado más de un bombón, tengo que reconocerlo. El mata yayas que hice en Nit i dia, que ahora puede verse en Prime, es otro de ellos. Era un lujazo aquel personaje psicópata.

En algún momento te he oído decir que no te veías en un serial diario. Y participaste en Com si fos ahir. También te he oído decir que no interpretarías según qué papeles de políticos, como un hipotético Santi Vila o un Aznar o cualquier representante de Vox. Y como no es el momento de decir que no a nada, ¿te retractas?

No. No lo haría. Me dijo una vez Ken Loach, con quien tuve el gusto de compartir hace muchos años Land and Freedom: «si te ofrecen un papel de rojo en una película de fachas, no lo hagas. Si te ofrecen un papel de facha o cura en una película de rojos, hazlo». Con esto te lo digo todo. Entonces dependerá de quién me ofrezca el proyecto. No me importaría representar alguno de esos individuos energúmenos si detrás hay un director como él o Cesc Gay. Pero al revés nunca, aunque me pagaran mucho dinero, porque va contra todo lo que soy. Estaría disparándole a mi padre. En cuanto a los seriales, durante treinta y pico de años, me he mantenido fiel a mi palabra. Pero hace tres o cuatro años me encontré por la calle a Soria Sánchez y le pedí trabajo. Me dio un personaje protagonista en Com si fos ahir. Lo hice encantado durante un año. Luego me fui a Hache.

Además, si todo va bien, en primavera/verano te podremos ver en Life is Life, de Dani de la Torre, y en la producción d’El Terrat Maricón Perdido, de Bob Pop. ¡Un no parar, Marc Martínez!

Tuve suerte con Hache porque se paró y luego se reanudó en julio y la acabamos. Luego me salió un proyecto con Dani de la Torre. Curiosamente, era una prueba para mi hijo, le di la réplica y le seleccionaron, pero no pudo hacerlo porque dio un estirón y necesitaban un adolescente más pequeño (¡mi hijo está en 1,75 cm!). Como me lo curré con mi hijo, el director preguntó quién le daba la réplica al niño porque creyó que no estaba mal, así que me llamaron, volví a hacer la prueba pero al revés: mi hijo me daba la réplica. Y me cogió.

La educación y la sanidad están consideradas un bien público, pero la cultura no. Se llenan la boca diciendo que es un bien esencial, pero no es así.

©Andrés García Lujan

Estudiaste dos cursos en el Institut del Teatre. Yo llegué a menos, estuve dos semanas con las pruebas de acceso. Y algunos años y estudios preparatorios con diferentes profesores en escuelas de Barcelona. Pero ciertas cosas que viví, a pesar de ser muy joven e inexperta, no me gustaron. Por eso ahora toda la polémica sobre abusos y asedios, a mí no me pilla por sorpresa. ¿Y a ti?

No. Me tengo que morder la lengua un poco, pero puedo decir cosas. Lo que no voy a hacer ahora es poner nombres. Ya han salido nombres y saldrán más. Estamos viviendo un momento diferente, yo creo que mejor. Que cambie, como hemos dicho antes. La gente que está denunciando ahora pertenecen a una generación entre veintipico y treinta y pico, que no son criaturas, la mayoría mujeres. Yo empecé hace 41 años: en el primero tuve mucha suerte y me trataron bien. Pero siempre ha ido muy asociado el mundo del aprendizaje con mucha caña, malos tratos, malas maneras y abuso de poder. Por otro lado, el acoso también lo he visto toda la vida, no solamente en la escuela pública, también en las privadas, los teatros… El mundo está cambiando: te asusta una actuación así, pero hoy en día hay una gestión de las emociones diferente. Una persona que lo está pasando mal de repente es capaz de empoderarse y salir de ese círculo vicioso en el que caen muchas víctimas. Yo lo he vivido, quizás algún día escribo mis memorias y contaré un montón de cosas. Pero estoy en un momento en el que me encanta que sea la gente joven quien lo haga. Mi hijo viene detrás y no lo va a permitir, mucho menos estos de diecisiete años, que tienen las cosas muy claras. No todo el mundo tiene mi carácter: yo he llegado a parar un ensayo cuando un desgraciado de estos me ha tratado mal, hace más de veinte años. Esto no ha hecho más que empezar. Hay una revolución pendiente de mucha «mierda» debajo de las alfombras de las instituciones. Si en un sitio no puede pasar, es en los estamentos públicos, como el Institut del Teatre. Que lo estamos pagando todos. Todos y todas lo sabíamos y hemos sido cómplices. Yo el primero. Hace unos años, cuando Andrea Ros denunció al director del Teatre Lliure, prácticamente nadie la ayudó, casi al contrario. Muchos amigos del director salieron a defenderle. No hay solidaridad, como es un gremio con mucha competitividad y todo el mundo quiere llegar a un sitio (que vete tú a saber que sitio es), estos hijos de «fruta» se aprovechan.

Entiendo a estos jóvenes que dan la cara por la libertad de expresión: son los mismos que denuncian a sus agresores del Institut del Teatre. Ojo con esta generación, que los tienen muy bien puestos. Mejor que nosotros.

Y de ampolla en ampolla: hablemos de libertad de expresión. Digo hablemos, porque tú que eres también cantante (te defines como cantante vacacional), mejor no tararees no sea que vayas directo a Ponent… pero no de vacaciones. ¿Existe la cultura sin libertad de expresión?

¿Es una broma? Esta pregunta no ha lugar.

¿Se puede ser crítico con los estamentos monárquicos y políticos sin ofender y sin ser encarcelado? ¿Hay unos límites infranqueables, son difusos o poner límites ya es coartar la libertad de expresión?

No se puede. Fomentan el miedo. Estamos sufriendo una regresión a cuando yo era pequeño, después de la transición, con los grises pegando a mi primo y abriendo la cabeza a los jóvenes revolucionarios de los años ochenta. Yo pensaba que no lo volvería a ver. Y después de cuarenta años, se ha ido todo al garete. Estamos peor. En Catalunya, en el parlament, tenemos diez u once escaños de la ultraderecha, de Vox. ¡Ni en mi peor pesadilla me lo hubiera imaginado! ¿Libertad de expresión? ¡Inténtalo! Te pueden encerrar en la cárcel. Estamos los primeros en el ranking de Europa, con catorce artistas el año pasado, por delante de países como Irán, Hungría o Turquía. Y luego, la gente que sale a manifestarse por el derecho de la libertad de expresión, recibe hostias hasta en el carnet de identidad. Porque son jóvenes, son revolucionarios, como dicen els mossos de esquadra (está grabado): que son «rojos de mierda» o «maricona, ahora no eres tan valiente». Se está perdiendo hasta el derecho de manifestación. Si embargo, los fascistas pueden congregarse en Madrid en el barrio de Salamanca. Había una niña, una blogger, diciendo que el problema de todo «son los judíos». ¡No me lo puedo creer! Porque me pilla con 55 años, sino yo estaría ahí quemando contenedores y liándola. Como no te hacen caso, hay que hacer algo. Y si encima te manifiestas y los «perros» del estado te revientan a hostias, ¿qué vas a hacer? Contra el sistema. A mi no me parece que está bien que las personas rompan los escaparates, pero si te están rompiendo la cara, tienes que moverte. Como decía Xirinacs: «la violencia del opresor hay que defenderla con la violencia del ofendido». Entiendo perfectamente a estos jóvenes valientes que dan la cara: son los mismos que denuncian a sus agresores del Institut del Teatre. Ojo con esta generación, que los tienen muy bien puestos. Mejor que nosotros.

Para finalizar, en una entrevista leí que si ahora relataras tu vida en un monólogo, cambiaría del Mal Martínez al «Buen Martínez». Te tomo la palabra, ¡cuántas ganas de volver al teatro a verte! Pero insisto, cuidado qué cantas con tu guitarra cadete…

Me encantaría volver al teatro. Pero de tanto bajar a la mina cantando, se me murió el canario… Me dije que igual había llegado el momento de dar un paso al lado y volver a recuperar mi carrera como actor de audiovisuales. El teatro está en «stand by». Mal Martínez fue una experiencia maravillosa, me lo pasé muy bien durante 3 años, pero llegó un momento en que no me ganaba la vida y me dejaba la vida. Tuve las mejores críticas de mi carrera. Hasta Marcos Ordóñez nunca me había dejado tan maravillosamente bien, llegó a decir que yo era el relevo de Pepe Rubianes. Cuando lo leí pensé que ya me podía retirar. Volveré, no sé si con el Buen Martínez o Más Martínez o Menos Martínez. Siempre seré yo mismo. Como nací en un escenario, no sé si morir allí, aunque preferiría morirme en el huerto como Marlon Brando en El padrino. Ahora estoy con el foco puesto en las películas y series.

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